domingo, 22 de mayo de 2011

UN VISTAZO A LA CIUDAD
 “COMO EN UN CUENTO DE HADAS”

      Por: Cesar Díaz 

“Dicen que al terminar la tierra, Dios se escondió entre dos mares, un tesoro de esmeralda y manantiales,  donde bajo feliz hacer la siesta, un país de fe y café a borbotones; Colombia, un país de soñadores empedernidos; una tierra de guerreros invencibles. Un lugar que abunda en historia y como en toda historia  tiene un millar de héroes.
… y como todo cuento o leyenda,  debe estar reflejada en un papel; pero los recuerdos  de Colombia se encuentran en un lugar, un lugar  tan mágico e intrépido como la imaginación  de un chiquillo de 5 años de edad, la gran metrópolis de la realidad, que como decía el maestro Gabriel García Márquez,  no hay necesidad de ir tan lejos para encontrar una historia que contar”.


Según  la real academia de la lengua, se entiende como centro: Punto donde habitualmente se reúnen los miembros de una sociedad o corporación, Parte central de una ciudad o de un barrio, Punto o calles más concurridos de una población o en los cuales hay más actividad comercial o burocrática.

Pero yo quisiera hacer referencia a un lugar que no solo recoge y reúne todos los significados de la palabra “centro”, sino a un lugar que se limita a la concurrida imaginación de aquellos que se niegan a aceptar que su tierra, una tierra de luchadores sin cansancio, se vea absorbida por una oleada de consumo y supervivencia, en una absurda modernidad que lleva a la sociedad a luchar por un posicionamiento global; el centro de Bogotá, un escenario que espera que como en los libro, echemos un vistazo para revivir a aquellos que hicieron de este lugar, una enciclopedia de millares de tomos, que recoge lo mejor de Colombia.

Pero hoy, las coloniales calles del centro de la ciudad, se ven decoradas de elegantes y lujosas edificaciones, acompañadas de arrumes de basura en cada esquina, un lugar en donde los únicos héroes son aquellos habitantes de la calle, que luchan cada día para no dejarse alcanzar de una muerte que los asecha segundo a segundo, esos héroes que luchan contra su mayor enemigo, “el gobierno”.

El centro de Bogotá simplemente se podría resumir como la recreación de un pasado que hasta hace unos años aun era presente, y no resulta tan difícil darse cuenta de la realidad, bastaría con dar un vistazo a las calles de este lugar, calles de controversia, de ironía y bondad, donde fácilmente podríamos ver en sus aceras prestigiosos empresarios caminando frente a rostros de necesidad……

Un nuevo comienzo, para un triste final:

Son las 5:00  de la madrugada de un día común y corriente, las luz del sol empieza a dar sus primeros pincelazos en el cielo, y las calles del centro se llenan de incógnitas de los comerciantes, que apenas se alistan para dar inicio a un día de sudor, del  corre  corre y de la impaciencia que se acabe el día y no se haya hecho lo suficiente para ser menos pobres que ayer, se abren las puertas, se suben las rejas, es un paraíso de supervivencia indescriptible, se ven los rostros de los héroes acompañados por el aroma suave que no podría faltar, el tinto mañanero y el olor añejo de las calles.    

Ya todos se conocen, son una familia, saben quién es “Moncho”, el hombre que acostumbra  a parar en el mismo sitio a comprarle un tinto a Rita la de los crespos incontrolables, que con su dulce voz,  grita todo el día y sin cansancio para que la gente se dé cuenta que vende minutos a celular, como si el enorme letrero que lleva en su espalda no fuese suficiente o simplemente lo hace para sentirse viva en estas calles llenas del ocio de la vida.
Y así podría enumerar centenares de miembros de esta familia, el corbatudo que trabaja en las oficinas del enorme edificio, o la secretaria que sale todos los días como si fuera un rito, a fumarse el cigarrillo del medio día, o los estudiantes que corren desesperados para no llegar tarde a clase.

Son miles los que van y vienen, los mismos rostros cada día, pensativos caminan entre la multitud como en una carrera de obstáculos, es imposible evitar empujar o ser empujado, es imposible no sentir miedo, es imposible no pensar, no soñar, porque la esencia del centro hace que todo esto sea posible, es el lugar mágico del cuento de hadas; y allí, en medio del mundo de controversias encontré un lugar tan mágico y real como las calles donde están sus raíces, el café-bar  “Faenza”.

 Faenza, hace parte de aquellos bares llenos de hermosos recuerdos donde algunos de nuestros héroes entraban, y al sonar de un bolero o de un tango muchos recordaban amores perdidos, infidelidades o simplemente entraban a tomarse un traguito de ron o aguardiente para calmar el frio, o un tinto para hablar de política, o como los de aquellos años decían “politiquería”, y todas aquellas cosas que un día hicieron parte de su vida pero hoy, como el viento pasaron y ya no están, son solo viejos y gratos recuerdos.

Ya es la cumbre del día, el sol hizo su posicionamiento en lo más alto del cielo, es la hora donde todos buscan el lugar de confianza o el de mejor en apariencia para almorzar, y ahí fue cuando me tope con el Faenza; como se veía, no resultaba el lugar más adecuado para alguien tan joven como yo, pero decidí entrar; es algo extraño, tiene mesas de madera, paredes decoradas con costales y en el centro, a la vista de todos el televisor con la trasmisión del noticiero, gire mi cabeza y me di cuenta que en cada mesa habían críticos para cada nota  que era trasmitida, no había espacio para mí, todo estaba lleno, después de unos cuantos segundos, di inicio a mi retirada pero alguien hablo y me dijo que me podía sentar, cuando hice caso al llamado vi que eran dos señores, uno gordo y calvo y el otro flaco y con bigote, tome asiento y sin decir nada; se me acerco la mesera y con acento paisa me atiende.

En medio de la comida, mis dos compañeros de mesa hablan de una denuncia que se hace en las noticias acerca de la inseguridad que se ha dado a causa de las construcciones en el centro de la ciudad, la de la fase III del Transmilenio.

El gordo y el bigotón  aseguraban que esto era un error, que todo era un grandísimo error, que esas construcciones no están preparadas estratégicamente, que habían otras opciones, y que las quejas eran muchas, pero la respuesta a estas quejas es una  “Me comprometí con la fase III de TransMilenio y es lo que estoy haciendo”, esa fue la respuesta del alcalde mayor de Bogotá, Samuel Moreno en una entrevista con la emisora radio Santafé. Pero que se ve hoy, un alcalde que no es alcalde, y una ministra de educación tratando de hacer lo posible con lo que hay y con lo que queda.

En ese momento mis compañeros de mesa me aseguraron que esto se daba por que el alcalde debía cumplir con sus promesas pero no porque fuera lo mejor para la ciudad y menos para el centro de la ciudad  un lugar tan prestigioso y colonial, pero el  secretario de Planeación Distrital, indicó que toda la Fase III se diseñó pensando en la conexión con futuras troncales del sistema y en el crecimiento urbanístico de Bogotá; en ese momento el gordo y el bigotón dieron una carcajada arrogante pero sincera a la vez, diciendo “¿crecimiento urbanístico? - Y el bigotón continuo -  Lo que están haciendo es que las cosas empeoren, primero dijeron que esto se demoraría 28 meses ¿y cuanto lleva?, y que es de mayor comodidad, ¡ja!, si lo que ha causado esta obras es que los trancones aumenten, y con el servicio actual de Transmilenio son más los inconformes que los satisfechos, ah, eso sin tener en cuenta que en primera instancia el TransMilenio no debió incluirse por la 10ª porque no hay espacio, y eso que también están con el cuento del metro, ¡jmm¡ yo no sé”.

Pasó el tiempo y ya me había hecho amigo de ellos, entraba el atardecer y nos tomamos el fiel tinto después del almuerzo, hablamos del gobierno, de fútbol  y de sus experiencias cuando jóvenes, el calvo gordo se llama Joaquín Sánchez un pensionado de 60 años que vive de lo que le da unos cuantos negocitos que tiene y fuel él quien al final pago la cuenta, el flaco bigotón es Roberto Arturo Díaz Bejarano, un jardinero que viaja en su cicla desde Santa Librada, al norte de la ciudad a hacer praditos.

Pasaron dos horas después del almuerzo y mi cabeza quedo llena de historias, de quejas y alabanzas al gobierno,  nunca pensé que un tema dado por el noticiero diera tanto que hablar, pero en medio de todo entiendo que estos personajes sienten que sé acerca  el día de su partida y que recuerdan su juventud llena de locuras, aseguran que siempre sueñan cuando montaron en el tranvía, o en los trolebuses, cuando conquistaron a la bella dama del vecindario.

Don Joaquín y don Roberto, hacen parte de la innumerable lista de personas que le temen a la nueva era de la tecnología, de la modernidad y el consumo, y aseguran que es el comienzo de una nueva vida, pero es un triste final para tan gloriosa época, final que también es el de ellos. 
            
….En este punto, sería justo decirles que no estoy en contra del progreso y de la tecnología, que con un buen manejo daría una mejor apariencia a la ciudad, pero cabe aclarar que no estoy de acuerdo que este desarrollo borre de un soplo aquello que nos hizo y nos dio  una identidad.

Pero como en un cuento de hadas, tendría que haber un final feliz para esta ciudad, pero ese final no existirá si no empezamos a valorar lugares como el centro de Bogotá, que nos entrega la posibilidad de de recrear el pasado, y no me refiero a vivir y acostumbrarnos al olor añejo de barrios como las nieves o la candelaria, si no de reconstruir el alma de un pequeño libro que ya empezó a arrojar sus hojas, solo es necesario  dar un vistazo a la ciudad.           
      
                  

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